Entre las peticiones que más a menudo vengo escuchando está la de sustituir, en una interpretación simultánea, al compañero de cabina por una silla vacía, que cobra menos y se queja menos. Cuando se trata de presupuestar una jornada completa o incluso una media jornada, mi decisión es tajante: no se puede interpretar sin compañero sin correr el riesgo de perecer en el intento.
En general, en interpretación simultánea se van turnando los intérpretes cada 20 - 40 minutos, dependiendo de la duración de la ponencia, de la complejidad del tema, de la velocidad del ponente y de lo cansado que se sienta uno: siempre es mejor cederle el testigo a tu compañero que aferrarte al micrófono aunque seas consciente de que, por la razón que sea, en ese momento no estás dando lo mejor de ti misma.
Sin embargo, el dilema se me plantea cuando me sugieren interpretar dos horas seguidas, en una situación a priori propicia para lograr una interpretación de buena calidad. En el caso concreto que quiero narrar, se trataba del último día de unas jornadas europeas sobre teatro, en las que se mezclaban charlas teóricas con talleres prácticos donde se animaba al público a participar en inglés. Los dos primeros días mi compañera y yo nos familiarizamos con los términos de teoría del teatro que deseaban analizar, con los ponentes (se iban repitiendo), con el equipo y los técnicos de sonido y con el hecho de encontrarnos en una sala separada del anfiteatro donde se desarrollaba el encuentro, lo que nos obligaba a seguir todo a través de un monitor de TV.
¿Podía encargarme yo sola de la interpretación el último día, que constaba únicamente de dos horas? Pues dije que sí. Y salir, salió bien, pero creo que el riesgo que se corre es demasiado grande como para obviarlo en la próxima propuesta de este calado que reciba:
- Tres minutos antes de empezar el técnico de sonido me tiró el café en la mesa (y en el pantalón). Mi ordenador (donde estaba todo mi material de referencia) recibió salpicaduras de capuchino, pero si llega a darle con un poco más de garbo me quedo con una mano delante, y otra detrás (sí, hay que llevar los glosarios impresos).
- Olvidé la máxima de los intérpretes solitarios: visite a Roca antes de comenzar. En este caso, se encadenaros 2 ponencias de una hora sin pausa, los servicios estaban 2 plantas más abajo y los últimos 75 minutos estuve...digamos...arrepintiéndome de no haber prestado más atención a dicha máxima.
- Como digo, justo el día que estaba sola los ponentes se centraron en teoría, en los libros de Aristóteles sobre el teatro y en los aspectos más filosóficos del mismo y no hubo ni una mísera pausa en las dos horas que estuve interpretando, ni apenas intervención del público. No solo sufre la voz; también las neuronas. La última media hora no tengo reparo en admitir que la calidad de la interpretación se vio ligeramente afectada, cosa que no me hizo ni pizca de gracia, obviamente; parece que los humanos tenemos un límite, sí.
¿Y vosotros, qué hacéis en una situación así? ¿Habéis tenido alguna experiencia desagradable al respecto? Me gustaría conocer la opinión de otros intérpretes, porque es una encrucijada ante la que nos vamos a encontrar cada vez con más frecuencia, me temo.